EL JARDÍN ENCANTADO



ALCOHOLISMO DE LAS CIRCUNVALACIONES
MANUEL VILAS (Gran Vilas)


¿Has visto los barrios periféricos de Madrid,
de Barcelona, de Valencia, de Sevilla y Zaragoza?
¿has visto todos esos bloques levantados
al lado de las circunvalaciones, de las autopistas,
de las gasolineras, de los polígonos industriales?

Están llenos de gente que madruga.

Cómo íbamos a amarnos en uno de esos pisos
hasta la consumación de nuestros cerebros,
de nuestras nóminas,
de nuestras deudas humanas.

Cómo íbamos a ser Romeo y Julieta allí.

Para nosotros inventaron el matrimonio y la fecundidad.

Esos miles de pisos en los desiertos españoles,
esa dureza de las administraciones públicas
contra los niños desilusionados,
contra los hombres tristes
y contra las madres drogadictas.

¿Quemaste alguna vez una administración pública española?

No, que va, te convertiste en un trabajador,
en un empleado diligente y responsable.




EL VENENO
CHARLES BAUDELAIRE (Las flores del mal)


Revestir sabe el vino los más sórdidos antros
De un milagroso lujo,
Y hace surgir más de un pórtico fabuloso
Entre el oro de su rojo vapor,
Como el sol que se pone en un cielo nublado.

Agranda el opio aquello que no tolera límites,
Lo ilimitado alarga,
El tiempo profundiza, los deleites ahonda,
Y de placer triste y oscuro,
Anega y colma al alma rebosada.

Mas todo eso no vale el veneno que fluye
De tus ojos, de tus verdes ojos,
Lagos donde mi alma tiembla y se ve invertida…
Llegan mis sueños en tropel,
Para abrevar es esos dos abismos amargos.

Mas todo eso no vale el prodigio terrible
De tu mordiente saliva,
Que sume en el olvido a mi alma impenitente
Y, el vértigo arrastrando,
La trae desfallecida a orillas de la muerte.



EL CREPÚSCULO DE LA TARDE

CHARLES BAUDELAIRE
De Spleen de París
Traducción de Nydia Lamarque
1º edición, 1961, México, Editorial Aguilar.

     Cae la tarde. Un gran apaciguamiento se produce en los pobres espíritus fatigados por la labor de la jornada, y sus pensamientos toman ahora los colores tiernos e indecisos del crepúsculo.

    No obstante, desde lo alto de la montaña, a través de los transparentes vapores de la tarde, llega hasta mi balcón un gran aullido compuesto por una cantidad de gritos discordantes, que el espacio transforma en una lúgubre armonía como la de la marca creciente o la de la tempestad que se despierta.

    ¿Quiénes son los infortunados a los que la tarde no calma y que, como los búhos, toman la venida de la noche por la señal del aquelarre? Este siniestro ulular nos llega del negro hospicio posado en la montaña; y por la tarde, mientras fumo y contemplo el reposo del inmenso valle donde cada ventana dice: "Aquí reina la paz; aquí se gozan las dichas familiares", puedo yo, cuando el viento sopla de ese lado, mecer mi pensamiento atónito en esa imitación de las armonías del infierno.

    El crepúsculo excita a los locos. Me acuerdo de haber tenido dos amigos a quienes el crepúsculo enfermaba. Uno olvidaba entonces todas las relaciones de amistad y cortesía, y maltrataba como un salvaje a cualquiera que se le acercara. Yo lo vi arrojar a la cabeza de un maître d' hôtel un pollo excelente, en el que creía encontrar no sé qué insultante jeroglífico. La tarde, precursora de las voluptuosidades profundas, le estropeaba las cosas más suculentas.

    El otro, un ambicioso fracasado, volvíase, a medida que la luz menguaba, más agrio, más sombrío, más incómodo. Indulgente y sociable aun durante el día, era implacable al atardecer, pues su manía crepuscular se manifestaba rabiosamente no sólo a expensas de los demás, sino también a expensas de sí mismo.

    El primero murió loco, incapaz de reconocer a su mujer y a su hijo; el segundo lleva dentro de sí la inquietud de un malestar perpetuo y, aunque se viera gratificado con todos los honores que pueden conferir las repúblicas y los príncipes, creo que el crepúsculo seguiría encendiendo en él la quemante codicia de imaginarias distinciones.

La noche, que insuflaba sus tinieblas dentro de aquel espíritu, ilumina el mío, y aunque no sea raro ver que la misma causa engendra dos efectos contrarios, esto me intriga siempre y despierta en mí algo como una alarma...



EL PUERTO


Por CHARLES BAUDELAIRE
De Spleen de París
Traducción de Nydia Lamarque 1º edición,
 1961, México, Editorial Aguilar.


   Un puerto es un lugar encantador para el alma fatigada de luchar por la vida. La amplitud del cielo, la arquitectura movible de las nubes, las coloraciones cambiantes del mar, el centelleo de los faros, son un prisma maravillosamente apropiado para distraer los ojos, sin cansarlos jamás.

Las formas esbeltas de los navíos, de complicado aparejo, a los que el oleaje imprime oscilaciones armoniosas, sirven para mantener en el alma la afición al ritmo y a la belleza. Y además, y sobre todo, para el que no tiene ya ni curiosidad ni ambición, hay una especie de placer misterioso y aristocrático en contemplar, tendido en un mirador o acodado en el muelle, toda esa agitación de los que parten y de los que regresan, de los que tienen aún fuerzas para querer, deseos de enriquecerse o de viajar.


EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO

Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Ulyses Petit de Murat.
 Ediciones DINTEL, 1959.
Edición limitada de 700 ejemplares.


   Lector apacible y bucólico, sobrio e inocente hombre de bien, arroja este libro saturniano, orgiástico y melancólico.

Si no has estudiado tu retórica con Satán, el astuto decano, ¡arrójalo! No comprenderás nada de él, o me creerás histérico.

Pero si, sin dejarte hechizar, tu pupila sabe sumergirse en los abismos, léeme, para aprender a amarme; alma curiosa que sufres y andas en busca de tu paraíso ¡compadéceme! Sino, ¡yo te maldigo!



A LA QUE ES DEMASIADO ALEGRE

Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Antonio martínez Sarrión.
 Alianza Editorial, 1977.


   Tu cabeza, tu gesto, tu aire
Como un bello paisaje, son bellos;
Juguetea en tu cara la risa
Cual fresco viento en claro cielo.

El triste paseante al que rozas
Se deslumbra por la lozanía
Que brota como un resplandor
De tus espaldas y brazos.

El restallante colorido
Del que salpicas tus tocados
Hace pensar a los poetas
En un vivo ballet de flores.

Tus locos trajes son emblema
De tu espíritu abigarrado;
Loca que me has enloquecido,
Tanto como te odio te amo.

Frecuentemente en el jardín
Por donde arrastro mi atonía,
Como una ironía he sentido
Que el sol desgarraba mi pecho;

Y el verdor y la primavera
Tanto hirieron mi corazón,
Que castigué sobre una flor
La osadía de la Naturaleza.

Así, yo quisiera una noche,
Cuando la hora del placer llega,
Trepar sin ruido, como un cobarde,
A los tesoros que te adornan,

A fin de castigar tu carne,
De magullar tu seno absuelto
Y abrir a tu atónito flanco
Una larga y profunda herida.

Y, ¡vertiginosa dulzura!
A través de esos nuevos labios
Más deslumbrantes y más bellos,
Mi veneno inocularte, hermana.





PERFUME EXÓTICO

Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Antonio martínez Sarrión.
 Alianza Editorial, 1977.


   Cuando entorno los ojos bajo el sol otoñal
Y respiro el aroma de tu cálido seno,
Ante mí se perfilan felices litorales
Que deslumbran los fuegos de un implacable sol.

Una isla perezosa donde Naturaleza
Produce árboles únicos y frutos sabrosísimos,
Hombres que ostentan cuerpos ágiles y delgados
Y mujeres con ojos donde pinta el asombro.

Guiado por tu aroma hacia mágicos climas
Veo un puerto colmado de velas y de mástiles
Todavía fatigados del oleaje marino,

Mientras del tamarindo el ligero perfume,
Que circula en el aire y mi nariz dilata,
En mi alma se mezcla al canto marinero.




LA MÚSICA

Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Antonio martínez Sarrión.
 Alianza Editorial, 1977.


   ¡Hay veces que la música me arrastra como el mar!
Rumbo a mi pálida estrella
Bajo un techo de bruma o en el éter vastísimo
Me doy a la vela;

El aguerrido pecho, los inflamados pulmones,
Cual se comban las velas,
Escalo el lomo de las olas cambiantes
Que la noche esconde.

Siento dentro de mí los avatares
De la desvencijada nao:
El viento bonancible, la tempestad convulsa,

Sobre el piélago inmenso, 
me acunan. Calma chicha otras veces, espejo
De mi desesperanza.



LA VIDA ANTERIOR

Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Antonio martínez Sarrión.
 Alianza Editorial, 1977.


   Yo viví largo tiempo bajo vastos dinteles,
Que los soles marinos teñían de resplandor
Y cuyos basamentos, firme y majestuosos,
Parecían, al ocaso, grandes grutas basálticas.

Las olas, reflejando la imagen de los cielos,
En diapasón solemne y místico mezclaban
Los poderosos sones de su colmada música
Al difuso poniente grabado en mis pupilas.

De ese modo he existido, en calmoso deleite
En medio del azul, entre esplendor y espuma,
Con desnudos esclavos chorreantes de fragancia,

Que con hojas de palma refrescaban mi frente,
Y cuya tarea única era hacer más profundo
El doloroso enigma por el que desfallezco.



LA DESTRUCCIÓN

Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Ulyses Petit de Murat.
 Ediciones DINTEL, 1959.
Edición limitada de 700 ejemplares.


   A mis costados, sin cesar, se agita el Demonio; flota alrededor mío como un aire impalpable; lo aspiro y siento que abrasa mis pulmones y los llena de un deseo eterno y culpable.

    A veces toma (conoce mi gran amor por el Arte) la forma de la más seductora de las mujeres y, bajo especioso pretexto de aburrimiento, acostumbra mis labios a filtros infames.

    Me conduce así lejos de la mirada de Dios, jadeante y rendido de fatiga, en medio de las llanuras del Hastío, profundas y desiertas, y lanza a mis ojos llenos de confusión ¡vestidos manchados, heridas abiertas y el parto sangriento de la Destrucción.




PREFACIO DE LAS FLORES

Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Antonio martínez Sarrión.
 Alianza Editorial, 1977.


   Este libro no ha sido escrito para mis mujeres, mis hijas o mis hermanas, ni las hijas o las hermanas de mi vecino. Dejo esta tarea a los que se muestran interesados en confundir las buenas acciones con el lenguaje bello.

Sé que el amante apasionado del bello estilo, se expone al odio de las multitudes; mas ningún respeto humano, ningún falso pudor, ninguna coalición, ningún sufragio universal, podrán obligarme a hablar la jerga incomprensible de este siglo, ni a confundir la tinta con la virtud.

Ilustres poetas, hace tiempo que se repartieron las provincias más florecientes del dominio poético. Me ha complacido, y tanto más, cuanto la tarea presentaba crecientes dificultades, extraer la belleza del Mal. Este libro, esencialmente inútil y absolutamente inocente, no tiene otro fin que divertirme y estimular mi gusto apasionado por la dificultad.

Algunos han apuntado que estas poesías podían dañar; no he sentido alegría por ello. Otros, almas buenas, que podían hacer bien; no me ha afligido. El temor de unos y la esperanza de otros, me resultan extraños y no han servido más que para probarme, una vez más, que este siglo había olvidado todas las nociones clásicas concernientes a la literatura.

Pese a los auxilios que determinados pedantes célebres han aportado a la natural estupidez del hombre, nunca hubiera sospechado que nuestra patria pudiera caminar a tal velocidad por la vía del progreso. Este mundo, ha adquirido tal espesor de vulgaridad, que imprime al desprecio por el hombre espiritual la violencia de una pasión. Pero existen felices caparazones en los cuales el veneno no podrá jamas abrirse paso.

En un principio, acaricié la idea de contestar a las numerosas críticas y, explicar al mismo tiempo algunas cuestiones muy simples totalmente oscurecidas por las modernas luces: ¿Qué es la poesía? ¿Cuál es su objeto? De la distinción del Bien y lo Bello; de la belleza en el Mal; que el ritmo y la rima, obedecen en el  hombre a imperecederas necesidades de monotonía, de simetría y de sorpresa; de la adaptación del estilo al asunto; de la vanidad y el peligro de la inspiración, etc, etc; sin embargo, cometí la imprudencia de leer esta mañana algunos papeles públicos; repentinamente, una laxitud como el peso de veinte atmósferas, se abatió sobre mí, y me he visto paralizado ante la espantosa inutilidad de explicar cualquier cosas a quien fuese. Quienes saben, me pueden adivinar, y para lo que no quieren o no pueden comprenderme, amontonaría en vano las explicaciones.