viernes, 7 de septiembre de 2012

LA HORA DULCE



LA HORA DULCE

      Por mucho que pretenda tener cuidado con lograr un suelo despejado de pinocha y de barrer a conciencia el cúmulo de residuos que me lanzan despreocupadamente las ardillas, en realidad, no consigo vislumbrar un final adecuado a la obvia complejidad de mis tareas domésticas.

     Hace ya muchos meses que no llueve y mis diversos roles como jardinero erótico, como piscinero huraño, como amaestrador de loros, como guardián silencioso y solemne se acumulan.

     Burlándose de mí, una colección de urracas gordas igual que pequeños buitres se adueñan bélicamente de mis bebederos arbóreos. Al verlas batallar entre los cuencos metálicos una sensación, venenosa y extraña, me incita a dejar volar mis pensamientos en una determinada dirección. Y es como si misteriosamente todo estuviera ya escrito de antemano...

     Agosto no ha conseguido  aún doblarme el espinazo. Llevo meses trabajando desnudo, con mis callosos pies salpicados de resina, con mi escoba de poderes mágicos,  luchando por fabricar de forma artesanal un tiempo armónico.

     Como si la llegada de la tarde  nos hiciera dar un suspiro. Como si la belleza que nos rodea se nos saliera por los ojos y desbordara. Como si en las profundidades cósmicas de nuestro ADN hubiera un hilo conductor que atrajera hacia sí las más poderosas borrascas.


     La hora dulce, la hora espiritual se aproxima, y a mí, en mi pueril y bien consolidada inconsciencia, me excita predecir con cierta exactitud su segura e inminente llegada...