reglas
No me importan nada vuestras
modernas ciudades, ni sus barras libres, ni sus transportes colectivos, ni sus
pisitos de diseño.
No necesito estar a la última. No convoco
manifestaciones ni audiciones. Nada de actividades colectivas. Nada de
confraternizar con vendedores ni con médicos.
Una firme disposición del espíritu es lo que
se requiere para ver las cosas como son. Para entender como nos han estado robando,
estafando, envenenando, hasta vaciarnos por completo.
Somos ahora los últimos protectores de los
bosques. Guardianes fieles de frondosos oasis. Habitantes de aldeas
primigenias. Lugares todos ellos, donde cada día, se produce el milagro.
Ya no vamos a conformamos con vivir como
parias en gigantescos termiteros, almacenados en nichos, por la maligna obra de
los especuladores.
Es preciso escapar de este círculo de
sumisión. Mucho más peligroso que los enjambres de vehículos que circulan a
tumba abierta por las autopistas.
Mucho más tóxico que la densa columna de aire
que asciende sobre los edificios como una mortaja.
Mucho más siniestro que el ruido que
constantemente vomita el tráfico impidiéndonos pensar.
Ante la omnipresente tiranía del mal debemos
oponernos iniciando unas maniobras de amor a gran escala.
Como un ejército de portadores de luz. Como
una columna de templarios. Al dejar de ser los simples peleles del sistema, los
muñecos rotos, los perdedores, nuestra voz interior se expande en forma de
respuestas...
No somos los propietarios de cuanto nos
rodea. No tenemos derechos sucesorios sobre el Cosmos. Dado que vivimos en
precario, no deberíamos ignorar las reglas...