Felicidad
Me ha sido encomendada una
gran responsabilidad. Como sucesor, como capitán, como amante imperfecto,
disfruto de esa violenta provisionalidad que en repentinas ráfagas irradia mis
sueños con partículas cristalinas de pura belleza.
No tengo a mi disposición los recursos
necesarios para explicarlas. De forma muy superior a mí me son administradas,
penetrando en mi psique a cuchillo, como una bomba.
Un plegamiento pluridimensional en algún
punto lejano de mi galaxia me permite seguir escribiendo.
Es como si dentro de mi habitara un guardián,
un supresor del caos, un simplificador de todas las versiones que de mi mismo
se generan, de forma aleatoria, en el espacio-tiempo.
Me deslizo así bajo una andanada de
probabilidades. Cada día es un salto cuántico, un golpe maestro, una arriesgada
maniobra que me aleja un poco más de mi zona de confort.
Vivo en esa lunática serenidad de quien
desciende por el salvaje cauce de un río, o surfea las vigorosas corrientes
oceánicas, o sobrevuela el planeta en plácida órbita geoestacionaria.
Como esclavo del sol, como fugitivo del
cemento, como eremita, disfruto de ese aroma que se libera en el bosque en los
días más tórridos del verano.
A menudo ese olor se intensifica y se enreda
con los vuelos sexuales de las tórtolas. Es como si sus apasionadas acrobacias
dibujaran sobre las copas de los árboles una fugaz promesa de felicidad...