santuario
Cuando salto a la piscina en noviembre, ese agua solemne, transparente y ruda incendia mi piel como un fogonazo, como una purgación de
diamante.
Bombeando
la sangre alegremente consigo hacer diana perfecta en mi cerebro, en mi propio
Universo, en mi Santuario. Al sumergirme para tocar el fondo, una lánguida
calma otoñal lo inunda todo como si fuera un bálsamo...
Me
encuentro ahora soñando en un estado de cuasi-trance. Hipnóticamente inducido
por la ambarina telaraña del ocaso. Cuando las cosas más profundas y sutiles
parecen revelarse maternalmente en el aire.
Una
secuencia musical perfecta ha penetrado en mi. Una fuerza invisible me ha sido
transferida en custodia. Un cristalino fuego que sana a la vez que devora.
Permitiéndonos un instante de
descontaminación. Desplegando una red protectora. Una especie de vigorosa
gimnasia del alma. Un ecologismo del espíritu.
Construyendo un reducto de Amor, un templo
vegetal, un escondite tántrico en el que bucear en busca de nuestro verdadero
Yo, nuestro Yo armónico, nuestro Yo sagrado.
Para sanar
hay que llegar a la base, a la raíz, a la piedra angular de aquello cuanto somos.
A la fuente de nuestras cadenas invisibles.
Para
alcanzar la fase crítica, el estado inestable, el trasparente punto sin
retorno, necesitamos rodearnos de pureza. Somos un Uno con el Todo. Estamos en
casa. Despertamos...