EXPOLIO
Normalmente ante un robo o una
agresión nuestro instinto nos impele a proteger lo que consideramos nuestro. La
historia del capitalismo resulta, en este sentido, una obra maestra de como se
puede perpetrar el atraco perfecto.
Según esta doctrina, actualmente
hegemónica, el logro de la felicidad colectiva
ha de ser paradójicamente alcanzado por medio de la suma de infinidad de
desgracias y sufrimientos individuales. Esta es la esencia amoral del capitalismo.
Esta es la filosofía que nos ha sido inculcada como un dogma de fe.
En
este sentido, el egoísmo, la codicia y la absoluta falta de empatía con el
sufrimiento ajeno son las piedras angulares de las sociedades modernas.
De tal modo hemos sido programados para
asumir este rol utilitario que en el proceso hemos sido desnudados de nuestra
identidad como hombres pasando a ser una hueca mercancía. Como simples elementos
de una ecuación
económica estamos únicamente destinados al ciclo de producir, procrear y
consumir.
Por consiguiente los elementos lúdicos
como el sexo y el uso de sustancias recreativas han de ser severamente
controlados, perseguidos y punidos. Aunque para ello sea preciso extender una
epidemia vírica o almacenar a millones de personas en las cárceles.
Y es que tras el surgimiento, a finales
del siglo XIX, de los movimientos revolucionarios marxistas en el seno de la
clase obrera y, los subsiguientes contramovimientos fascistas, que introdujeron al mundo en la vorágine
devastadora de la guerra, las manos fuertes se vieron obligadas, como cortafuegos que impidiera la extensión del comunismo
soviético, a reformular el capitalismo para atemperarlo y hacerlo más firme y duradero.
Asistimos así a la creación del sistema de producción y consumo de masas que, como un tumor
maligno, ha devorado en apenas cien años la mayoría de recursos, especies animales y vegetales del planeta,
condenando a la infelicidad y la miseria a la práctica totalidad de sus
habitantes humanos.
Llegados a este punto parece
imprescindible replantearnos el verdadero significado del concepto de progreso.
El problema reside en el invisible hecho de la increíble acumulación
de poder y capital que se ha producido bajo el sistema económico reinante. En
este sentido, cualquier intento de derrocar a la oligarquía hegemónica que nos gobierna será en vano.
Es más, la mera amenaza de revuelta
social desembocará en el nacimiento de la más férrea y duradera
dictadura, sustentada en la ciencia, que jamás haya conocido el ser humano.
Sólo nos queda un recurso alternativo y es
el de dinamitar las reglas morales convencionales que nos convierten en un rebaño
uniforme fácil de manipular y gobernar.
Dado que a estas alturas es ya imposible
luchar frontalmente contra la clase dominante sólo nos queda el recurso de
practicar una resistencia pasiva situándonos al margen del sistema mediante la
adopción de patrones
de vida comunales.
Modelos éstos de convivencia donde la
falta de comodidades y lujos sea sustituida por la efervescencia de la solidaridad.
Espacios regidos únicamente por la inmensa
y desconocida fuerza del amor colectivo. Donde la toma de decisiones y la
educación de los hijos se lleven a cabo de forma mancomunada. Donde las
propiedades y salarios de cada uno de los miembros sean puestas a disposición
del bien común.
Lugares donde reine la práctica de una sexualidad
desbordada que acabe saltándose cualquier tabú.
Islas-santuario donde escapar al control de lo
material y los poderes fácticos.
Pequeños seminarios espirituales para la búsqueda
y experimentación de la felicidad mediante el uso lúdico de las psico-llaves.
Oasis-talismán opacos y secretos donde el
acercamiento a lo natural y la adopción de un ritmo de vida sosegado, humano y
sostenible sea la regla de oro de la existencia.
Este sistema de vida exótico y grupal es,
ciertamente, nuestra única oportunidad de salvarnos y a la vez salvar lo
poco que aún nos queda de este maravilloso planeta.