shangri-la
Misteriosos son mis pasos por el mundo. Asciendo
únicamente tocado por la gracia, vibrando, con vegetal fervor.
Un oscilante instante me reclama. Un delirio, un fogonazo sobrenatural me impone, sin más ceremonias, su celestial
verdad.
En solemne quietud, en ascendente éxtasis, a merced de las volubles corrientes subterráneas, las raíces de un colosal arbusto gorgojean de amor.
Observo sus delicadas flores, sus blanquecinos
cálices, sus estambres cubiertos de polen emitiendo a la atmósfera un hermético
aroma.
Los trinos de un invisible mirlo esparcen sobre mi voluntad una presión
formidable. Una presión que me expone a la geometría variable del ojo aéreo, a la hipnótica razón del Padre-Madre.
Ardiendo por todo ello estoy. Deseando elevarme,
sublimarme, evaporarme como un ascua espiritual en el silencio transparente de la tarde.
Más allá y por encima de mis azarosos pensamientos. Permanentemente a la búsqueda de mi buen Shangri-La.
No nos atrevemos a muchas cosas porque son
difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas.
La tristeza, aunque esté siempre justificada,
muchas veces sólo es pereza. Nada necesita menos esfuerzo que estar triste.
La ira: un ácido que puede hacer más daño al
recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte.
Un hombre sin pasiones está tan cerca de la
estupidez que sólo le falta abrir la boca para caer en ella.
Lucio Anneo Séneca.
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