LA HORA DULCE
Por mucho que pretenda tener
cuidado con lograr un suelo despejado de pinocha y de barrer a conciencia el cúmulo de residuos que me lanzan despreocupadamente las ardillas, en realidad, no consigo vislumbrar un final adecuado a la obvia complejidad de mis tareas domésticas.
Hace ya muchos meses que no llueve y
mis diversos roles como jardinero erótico, como piscinero huraño, como amaestrador de loros, como guardián
silencioso y solemne se acumulan.
Burlándose de mí, una colección de urracas gordas
igual que pequeños buitres se adueñan bélicamente de mis bebederos arbóreos. Al
verlas batallar entre los cuencos metálicos una sensación, venenosa y extraña, me incita a dejar volar mis
pensamientos en una determinada dirección. Y es como si misteriosamente todo
estuviera ya escrito de antemano...
Agosto no ha conseguido aún doblarme el espinazo. Llevo meses
trabajando desnudo, con mis callosos pies salpicados de resina, con mi escoba
de poderes
mágicos, luchando por fabricar de
forma artesanal un tiempo armónico.
Como si la llegada de la tarde nos hiciera dar un suspiro. Como si la
belleza que nos rodea se nos saliera por los ojos y desbordara. Como si en las
profundidades cósmicas de nuestro ADN hubiera
un hilo conductor que atrajera hacia sí las más poderosas borrascas.
La hora dulce, la hora espiritual se aproxima, y a mí, en mi pueril y bien consolidada inconsciencia, me excita predecir con cierta exactitud su segura e inminente llegada...
La hora dulce, la hora espiritual se aproxima, y a mí, en mi pueril y bien consolidada inconsciencia, me excita predecir con cierta exactitud su segura e inminente llegada...